Encuadre del derecho de veto - Intervención de Laurent Fabius en Instituto de Estudios Políticos de París [fr]
México, el 21 de enero de 2015
Laurent Fabius, Ministro de Asuntos Exteriores y Desarrollo internacional, dio una conferencia el 21 de enero en el Instituto de Ciencias Políticas de París, en el marco de un coloquio dedicado al encuadre del recurso al derecho de veto en caso de genocidio, de crímenes contra la humanidad y de crímenes de guerra masivos.
Luego de la reunión ministerial, copresidida por Laurent Fabius y su homólogo mexicano al margen de la Asamblea General de las Naciones Unidas en septiembre de 2014, durante la cual nuestra iniciativa fue ampliamente apoyada, este coloquio tiene la intención de seguir movilizando a los Estados miembros de las Naciones Unidas y a la sociedad civil.
Declaración de Laurent Fabius:
“Señoras, señores, Queridos Amigos:
Las obligaciones constitucionales me requieren; en unos minutos, debo dejarlos para responder a las preguntas de los parlamentarios. Pero para mí reviste especial importancia honrar esta cita que habíamos agendado porque me acuerdo efectivamente que esta idea se lanzó en este Instituto de Ciencias Políticas. Al invocar el derecho de participación, me parece que es una muy buena iniciativa la de retomar nuevamente este importante tema el día de hoy; sobre todo porque en el mes de septiembre de este año, vamos a celebrar de una manera particular, en la Asamblea General, el LXX aniversario de las Naciones Unidas.
Este aniversario, lo queremos útil. Deseamos, iba a decir desearíamos, que marque un retorno hacia la ONU pero, al mismo tiempo, hemos constatado que este aniversario ─y de una manera más general este año─ se inscribe en un contexto que es extremadamente difícil para la comunidad internacional.
Los estudiantes del Instituto de Ciencias Políticas me conocen. Ustedes, me conocen menos pero he tenido a menudo la oportunidad de destacar, en esta casa de estudios y en cualquier otra parte, que no vivimos solamente una crisis o una serie de crisis, sino una verdadera transformación del mundo con una sociedad internacional cuyo mejor epíteto ─quizás el mejor que se pueda encontrar para calificarla─ es que es caótica. 2014 confirmó por desgracia este análisis de una manera a menudo dramática, y no se puede decir que el inicio de 2015 cambia, al respecto y por desgracia, los datos. Lo que se puede llamar la dispersión de la potencia continúa en el sistema internacional bajo el efecto de toda una serie de factores, ya sean las evoluciones económicas, tecnológicas o la debilidad de la capacidad de control de la acción de los Estados. Y esta dispersión que vemos en la actualidad contribuye a convulsionar las relaciones de poder entre los protagonistas, con todo un cortejo de tensiones e incluso de guerra. La bipolaridad de la guerra fría ya no existe. La unipolaridad de la posguerra fría ya no existe tampoco. Estamos en un desajuste geopolítico que va a dar lugar a una nueva sociedad internacional que calificaba yo de caótica, y en todo caso con frecuencia anárquica, con cierto número de potencias establecidas pero impugnadas.
Con lo que llamo el nuevo rico, con mafias y milicias, esta sociedad es caótica ─ decía yo─ pero al mismo tiempo interdependiente y tolera o produce crisis en cadena desde Irak hasta Siria, desde Libia hasta el Sahel, desde Afganistán hasta Pakistán y Asia Central. Protagonistas no oficiales, grupos armados autónomos ocupan un lugar cada vez más grande con AQMI, Boko Haram, Daech. El reto lanzado a los Estados, a las fronteras, a las organizaciones internacionales, a lo que llamamos el sistema de Westfalia en su conjunto alcanza una amplitud probablemente sin precedentes. Muchos Estados en África y Medio Oriente se debilitan. Su polaridad, su autoridad política se ven minadas por problemas de todo tipo: problemas económicos, la afirmación de identidades separadas, e incluso, guerras civiles y al mismo tiempo estos Estados se encuentran confrontados a un desgarramiento total. De esta forma se convierten en la presa de grupos armados y redes transnacionales y no nos queda, desafortunadamente, más que la incomodidad de escoger libremente los casos para mostrar la realidad de este análisis. Un ejemplo entre otros ─uno de los más trágicos─ fue en junio pasado la toma de Mossoul en Irak que llevó a cabo Daech: algo que permanecerá como una de las expresiones más espectaculares de los acontecimientos de los que hablo. Las poblaciones civiles son las primeras víctimas de este desajuste geopolítico. Hoy más que nunca son el blanco de estos grupos. Se amenaza directamente a los trabajadores humanitarios también. El acceso humanitario se niega mientras que las partes en conflicto hacen, de la asistencia a las poblaciones necesitadas, una herramienta al servicio de su propia estrategia. Y no olvido obviamente a los periodistas a quienes antes se protegía y que, ahora, arriesgan cada día su vida en Siria, en Irak, en otras partes, cuando se trata de describir y denunciar estos crímenes.
Ante todas estas amenazas, ante todos estos peligros, ante esta crueldad, la necesidad de paz y seguridad colectivas es a todas luces más importante que nunca. Como en 1945, y para adoptar los términos de la Carta de San Francisco, los pueblos del mundo deben ser preservados de la plaga de la guerra y de los inefables sufrimientos que ahí se mencionan. El respeto de los Derechos Humanos y del derecho internacional que debe ser un imperativo. No debe escatimarse ningún esfuerzo para prevenir los crímenes contra la humanidad, las violaciones del derecho humanitario cuyos autores deben rendir cuentas a la justicia. Estos crímenes no sólo se cometen en contra de individuos sino también en contra de toda la comunidad internacional. Por ello, Francia reafirma, por su parte y sin descanso su compromiso en pro del multilateralismo y en el centro de este multilateralismo, es decir, las Naciones Unidas, primera herramienta de solución política mundial al servicio de la paz y la seguridad.
Ahora bien, es precisamente ─retomo el tema─ porque la ONU desempeña este papel central que no podemos aceptar su parálisis vinculada a la utilización del derecho de veto cuando suceden graves acontecimientos, con las consecuencias humanas dramáticas evidentes.
Los ejemplos son numerosos. Sólo me referiré al de la tragedia siria que quizás es el más impactante. El 21 de agosto de 2013, la utilización de armas químicas arrastró todavía con mayor claridad a Siria hacia la crueldad. En total, hoy día hay más de 200 000 Sirios muertos, y la mayor parte de las veces esto ha sucedido bajo los golpes del régimen de Bashar al-Assad. Y es necesario recordarlo, porque tendemos tendencia a olvidarlo, que al principio se trataba de una pequeña rebelión ─y hay que decirlo: la palabra resulta exagerada─ de algunos jóvenes en un lugar perdido de Siria y que el Sr. Bashar al-Assad trató las cosas de tal manera, encadenando una serie de situaciones, que hoy día hay más de 200 000 muertos y millones de desplazados.
Con las pocas ocasiones en las que el Consejo de Seguridad no fue bloqueado por el uso del veto como en la Resolución 2165 del pasado julio sobre el acceso humanitario, no se soluciona el fondo del problema. Hoy todavía el calvario de los civiles continúa y para todos aquellos ─y ustedes lo son─ que esperan que la ONU asuma las responsabilidades que le fueron confiadas con el fin de proteger a las poblaciones. Esta situación, en el sentido exacto del término, no es tolerable.
Francia ─y otros─ señaló muy rápidamente esta disfunción. Otros lo hicieron y pienso en particular en nuestro amigo Kofi Annan quien, al dejar sus funciones, había lamentado que el Consejo de Seguridad no hubiese aportado a la comisión todo el apoyo necesario.
Mi convicción es que en Siria, si hubiésemos actuado mucho antes, habríamos podido evitar llegar al desastre actual tanto en términos humanitarios como en términos de seguridad.
Las medidas dilatorias o la inacción enviaron muy malas señales a los criminales que quisieron mofarse del derecho y desafiar el orden mundial.
Otros dramas, otras crisis ─pienso, en particular, en Kosovo─ ya habían mostrado el carácter intolerable de una parálisis de esta naturaleza del Consejo de Seguridad. El debate de hoy al cual, desafortunadamente, no he podido asistir, nos lo recuerda o lo recordó sábado.
Esta parálisis no es simplemente inaceptable en el plano de los principios; lo es también porque representa una amenaza para la paz y la seguridad internacionales. La comunidad internacional pierde su credibilidad al respecto mientras que la violencia masiva encuentra en ello un caldo de cultivo.
Por estas razones, nuestra convicción es que el veto no puede ser ya un derecho o un privilegio ejercido sin reserva. El derecho de veto obliga a aquel que lo tiene. El derecho de veto implica deberes específicos y una responsabilidad particular. El derecho de veto no debe desviarse de sus objetivos. No debe convertirse en un instrumento que permite paralizar esfuerzos en la solución de conflictos.
La responsabilidad de la ONU, es actuar. La credibilidad de la ONU depende de su capacidad para intervenir eficaz y rápidamente. Es el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales lo que está en juego. Y sucede lo mismo con la protección de los civiles. En 2005, las Naciones Unidas adoptaron una declaración importante que ratifica el principio de la responsabilidad de proteger, en particular, en caso de atrocidades masivas. Esta responsabilidad pertenece en primer lugar a los Estados ante las poblaciones presentes en su territorio. Pero, en caso de falta de Estados, esta responsabilidad incumbe también a la comunidad internacional. Es preciso sacar las conclusiones de ello.
Con este ánimo, con motivo de la apertura de la LXVIII Asamblea General de las Naciones Unidas en 2013, el Presidente de la República propuso un mecanismo innovador de encuadre del derecho de veto con el fin de impedir en el futuro una parálisis del Consejo de Seguridad en caso de crisis. Yo mismo, me acuerdo que en septiembre de 2012, de manera más modesta, había abogado aquí en favor de esta propuesta.
¿En qué consistiría precisamente este mecanismo? El principio es sencillo. Los cinco miembros permanentes se pondrían de acuerdo, en caso de crímenes masivos, para no ejercer su derecho de veto. Incluso con respecto a una resolución del consejo que decidiría sanciones de carácter coercitivo conforme a los fundamentos del capítulo 7 de la carta.
Este compromiso colectivo y voluntario de los miembros permanentes se aplicaría únicamente en caso de ataque grave y masivo en contra de la vida humana: genocidios, crímenes contra la humanidad, crímenes de guerra a gran escala.
No se requeriría ninguna modificación de la carta. ¿Quién decidiría la existencia de tales atrocidades? En nuestro espíritu, sería el Secretario General de las Naciones Unidas quien tendría que pronunciarse, ya sea por iniciativa propia ya sea consultando al Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, o consultando a una serie de Estados miembros; proponemos fijar este número en cinco.
Esta suspensión voluntaria del veto presentaría, según nosotros, una doble ventaja: permitiría a la vez impedir una parálisis del Consejo de Seguridad y permitiría hacer posibles debates constructivos en favor de la paz y la seguridad. Lo que se puede esperar, y esto es muy importante, es una implementación más rápida de las soluciones políticas en los países afectados por conflictos muy graves.
Sin embargo, es preciso ser realista: estamos conscientes de las dificultades que se han suscitado por este proyecto. Esta es la razón por la que ─en una preocupación por el realismo y la eficacia─ Francia, junto con México en particular, propuso que esta disposición no se aplique en caso de que los intereses vitales de uno de los miembros permanentes se vieran comprometidos directamente.
Desde que esta propuesta se emitió, se entablaron una serie de debates profundos con los miembros permanentes, pues se puede uno imaginar que algunos de ellos no son de los más entusiastas en la materia.
Se llevó a cabo un trabajo con numerosas cancillerías, con los socios de la sociedad civil algunos de los cuales se encuentran representados hoy aquí y a quienes agradezco su presencia. El pasado mes de septiembre pasado, como se indicó, al margen de la asamblea general, copresidí, con mi amigo el Secretario de Relaciones Exteriores de México, una reunión ministerial sobre este tema. Vamos a seguir defendiendo esta propuesta a lo largo del año 2015.
Se lanzó la dinámica pero hay de cualquier forma un trabajo considerable por realizar. Y pedí a nuestro amigo Hubert Védrine, que tuvo a bien aceptarlo y que es la causa en gran parte también de esta idea, de ayudarnos a popularizarla y le agradezco el trabajo que aceptó hacer en este sentido.
En primer lugar, para nosotros sería un gran placer que nuestros socios del P3 pudieran apoyar esta iniciativa. En primer lugar Gran Bretaña, el Presidente Obama también, quien a menudo ha repetido que concedía una importancia particular a las cuestiones de genocidios y crímenes masivos, al igual que la sociedad civil americana, incluyendo, entre estas personalidades, a gente de alto nivel de ambos lados del escenario político americano. Destaco de paso que una reforma de esta naturaleza, que no se traduciría en un tratado, no requeriría el acuerdo formal del Congreso.
En China y Rusia, varias personalidades destacaron el interés de una iniciativa de esta naturaleza, pero un gran trabajo de persuasión debe intensificarse. Será necesario también convencer a los países que no son miembros permanentes. Cerca de unos cincuenta Estados ya, de todos los continentes, varios de los cuales han experimentado o experimentan la importancia de una acción decisiva de la comunidad internacional, ya se pronunciaron en favor de esta propuesta. Por lo que se refiere a la sociedad civil, ésta apoya de sobra nuestra iniciativa, a veces incluso la considera insuficiente, pero ella es el mejor abogado al respecto.
A lo largo del año, vamos a hacer una campaña para ampliar esta movilización. Queremos seguir teniendo intercambios sobre el tema, menos sobre la pertinencia de la propuesta ─que para ser sinceros apenas si da lugar a dudas─ que sobre las modalidades prácticas de la puesta en marcha.
El objetivo de esta propuesta no consiste ─ya lo han comprendido─ en emprender una reforma jurídica del Consejo de Seguridad o de suprimir el derecho de veto ─algunos pueden tener esta posición que no es la nuestra─ sino que se trata de aportar una respuesta pragmática a la solicitud legítima de la opinión pública internacional que desea ─y tiene razón─ que quiere que el Consejo de Seguridad se vuelva a dar los medios para actuar eficazmente cuando lo fundamental está en juego. Para ello, el uso del veto debe encuadrarse mejor con el fin de conciliar el mantenimiento de este derecho ─pues si se tratara de suprimirlo, pueden ustedes ver inmediatamente las resistencias por parte de aquellos que son sus titulares ─ y de conciliar el mantenimiento de ello con la necesidad de proteger las poblaciones.
De manera colectiva, debemos garantizar al mundo que los miembros permanentes del Consejo de Seguridad asumen sus responsabilidades de manera constructiva. Lo que está en juego, es simple y llanamente, la paz y la seguridad internacional así como el respeto de las libertades fundamentales y de la vida humana.
Esta propuesta, permítanme recalcarlo, no es exclusiva sino complementaria de otra iniciativa que defendemos: la ampliación del Consejo de Seguridad, pues el problema de falta de representatividad del Consejo de Seguridad de la ONU es muy conocido. Su organización, que es una resultante de los equilibrios del final de la Segunda Guerra Mundial, no corresponde ya a la geografía actual de la potencia. Su legitimidad y su credibilidad se han visto disminuidas. Francia seguirá pues abogando y actuando por una reforma del Consejo de Seguridad que dará, en particular, un mayor lugar a los países emergentes.
Estas dos propuestas, que una vez más no son contradictorias, el encuadre del derecho de veto y la ampliación del Consejo de Seguridad, las defiende Francia con la convicción de que permitirían a la ONU, si se pusieran en marcha, ser mucho más eficaz y, finalmente, más legitima. Pues si se mantienen los bloqueos de los cuales desafortunadamente hemos sido testigos, llegará un día en el que las opiniones públicas se preguntarán cuál es la legitimidad de todo ello.
Queda mucho camino por recorrer para lograr un acuerdo sobre estos dos temas, pero si se quiere que la ONU siga siendo o más bien vuelva a ser el centro del juego internacional, este año del LXX aniversario debe dar a nuestro modo de ver la oportunidad para avanzar sobre estas cuestiones. Está en juego la eficacia de la ONU, su legitimidad y quizá incluso su perennidad.
Francia, en cualquier caso, no escatimará esfuerzo alguno en este sentido por una sencilla razón y que todos los presentes me imagino comparten: el multilateralismo debe estar en la parte medular de nuestra visión del mundo y nuestra diplomacia.”